domingo, 27 de septiembre de 2009

8.22.09.09

Union Chapel, erigida en 1897. El clero de la época jamás hubiera imaginado que en su nave central habría un escenario donde artistas desplegarían su arte bárbaro y pagano para el placer de una audiencia londinense.



Hoy fue otro día más de búsqueda infructuosa de rooms.

Hacia el sur del Thames, al oeste o al este, cerca de Camden Market, a pasos de King’s Cross, con vista al Regent Canal. Sólo debes tomar el underground, hacer un par de conexiones, ojo con los desvíos por arreglo de fin de semana, especialmente en Jubilee line o en Bakerloo line. Es más barato si tomas el overground o haces una conexión con los buses.

Llevo una semana y aún no encuentro donde vivir. Me tiene cansado la rutina de buscar piezas en internet, luego buscar en el mapa cuán lejos o a contramano queda respecto de la universidad, de ahí contactarse por email o fono con el contacto y agendar una visita, después volver al mapa para estudiar la mejor forma de llegar, y lo más complejo, dar con la dirección, y puntual. Hasta ahora, o son muy pequeños, la ubicación no es la adecuada, o muy caro si se incluyen las cuentas, etc.

No quiero abusar de la hospitalidad de Carmen y Max. Resiento y reflexiono sobre lo fundamental que es tener un lugar. Un hogar, con mis cosas, pero por sobre todo con mi energía, mi olor y las trazas de existencia que van quedando depositadas en sus rincones.

Como algo en el centro de alumnos de pregrado de UCL, mi universidad. Encontré jugo de naranja natural, marca Tropicana, y un sándwich en pan baguette. Había programado visitar el campus central en busca de unas cartas que me había solicitado el banco y aprovechar de hacer una serie de consultas en la oficina de alumnos internacionales y también en el departamento de ciencias sociales, al que corresponde mi Master. Quedé impresionado con lo inmenso de cada una de las dependencias y con la cantidad de terreno que abarca todas las unidades de UCL a lo largo y ancho del Bloomsbury, el barrio donde se encuentra. Toda la gente fue muy amable pero de manera unánime y en un estilo muy british me invitaron a considerar que dejara de lado mis preguntas, que esperara la semana de inducción que tenía ese propósito y que disfrutara Londres – enjoy London!


Entre risa y desconcierto recibo una llamada de Carmen al celular que ella misma me prestó. Le había cargado 10 pounds en Tesco (una cadena de supermercado). Me propone sumarme a un grupo que iría a un concierto de Diego El Cigala. Fantástico dije yo, además estaba barato. Conocía al Cigala por su famoso disco con el Bebo. Quedamos de juntarnos en la puerta de la Union Chapel, una iglesia que está a cuadras de la casa de Carmen y Max. Cuando entramos quedé impresionado con la belleza de la iglesia, dispuesta de modo tal que el escenario se encontraba rodeado de un semicírculo de bancas, las originales. La luminosidad era extasiante. La justa para admirar los vitrales y la arquitectura interior de ese monumento. Había un pianista, un contrabajo, un percusionista y un guitarrista (guitarra española). El Cigala entró al segundo tema con un look increíble. Tan especialmente formal que ni la barba, el pelo largo y los numerosos anillos lograron contrarrestarla. Aunque a mí me gusta más como cantor de flamenco dedicó la gran parte de su concierto a los boleros y sones cubanos. Sin embargo, fue un deleite dejarse llevar por la potencia y sensibilidad de esa voz pastosa.

Al final el grupo se había reducido a Max, Carmen, Alan, un amigo colombiano de ellos, y yo. Como corresponde nos fuimos de pint, unas tres rondas por cabeza, conversamos y reímos a la vera de la barra del The Library, al frente de la capilla, en Upper Street. Fue un muy buen momento para relajarse y por sobre todo para conocer a Max en una faceta distinta. Mi amiga Gaby siempre me aseguró que la mejor manera de conseguir la confianza de otro era irse de copas. En este caso, yo quería conocer al esposo de Carmen. ¿Quién era ese hombre generoso que me acepta en su casa sin conocerme prácticamente nada? Y así fue, conversamos ahora mucho más relajado que las noches anteriores en su casa. Max es un profesional exitoso, de padre estadounidense y madre francesa, se crió en Paris, estudio en US y conoció a Carmen en un intercambio que hizo en Chile. Trabaja para una firma relacionada con el sector financiero en la city, pero más allá de todo eso, es una persona correcta, agudo, inteligente y de un muy buen humor. De la conversa pasamos a las tallas y de ahí pasamos a la imperiosa necesidad de apaciguar el bajón de hambre con un kebab turco súper large.

Ya en mi cama futón, me hago consciente que hoy (o ayer) martes cumplía una semana en Londres. Cumple semana que parece un año. Un año que parece una vida.

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