domingo, 1 de noviembre de 2009

47.31.10.09


Amanecí con ese inexplicable e inmaterial deseo de poner en letras esa poesía que suele llegarme de alguna parte. Me dije –manos a la obra- y me senté frente al laptop en mi habitación. No hubiera habido canasto suficiente para recibir la cantidad de hojas arrugadas que hubiera arrojado tras juzgar de mamarracho cada intentus interruptus de poema. Intuitivamente salí a caminar. Para ser más exacto, salí a volar. Salí de la isla y bajé por el continente sin más rumbo que el que me indicaba la luz de una luna moribunda de frío. El cielo empezó a desmoronarse de lluvia y decidí guarecerme al interior de una torre de un muro medieval. Luego me encaramé sobre él y recorrí parte del perímetro de esa otrora ciudad amurallada, dejando que esas nubes suicidas, lanzadas en picada al precipicio, me mojaran la cara. En ese mismo instante tuve la certeza que algún día esa agua llegaría al mar y una parte de mí con ella. Bajé hacia los templos y con grácil solemnidad eructé de placer por tan fantástico registro del arte y la imaginación humana. Vi decenas de caras de dios y de otros cuantos santos que ganaron su espacio a la derecha del padre matando y torturando en su nombre. Desde el alto de una cruz de oro miré al horizonte como si la tierra no tuviera fin y pensé que era hora de reunir fuerzas para continuar mi camino. Seguí, atravesé un puente, abracé un árbol y toqué una piedra antes de llegar finalmente al lugar donde comí y bebí entre gente que hablaba en otra lengua. Y como clímax de esta más que búsqueda, encuentro poético, me embriagué de esos sabores y colores mediterráneos al punto de llegar a decir en su misma lengua: Estic feliç. El poeta Floridor Pérez tenia raó. La poesia està fora i Catalunya és un poema. Moltes gràcies. Adéu i fins a sempre.



Había sido una semana frustrante. Pensaba y se me llenaba el corazón de ansiedad por controlar este nuevo entorno, no sé si de la mejor manera pero al menos como lo hacía en mi país. ¿Es que cada día tendré que darme ánimo para resistir esta posición desventajosa? Estoy seguro que es transitorio y que al final del camino no será más que una anécdota, pero no es fácil vivir el día a día con la fuerza de la mera ilusión de la seguridad del futuro.


Tomé la decisión de refugiarme en el templo de la danza, como tantas otras veces, aunque esta vez no sería la biodanza propiamente tal, pero sí sus diosas madres y hermanas que habitan en Barcelona. Acepté entonces su invitación a pasar unos días por allá. Viajar en Europa puede ser extremadamente barato, especialmente en aerolíneas como Ryanair o Easyjet, que pueden cobrar precios irrisorios por vuelos en horarios poco comunes, sin asignar asiento, sin ofrecer a bordo ningún servicio gratuito y usando aeropuertos secundarios normalmente fuera de las ciudades de destino. Esta vez no fue la excepción y encontré una oferta muy ventajosa de un vuelo que llegaba a Girona, una ciudad pequeña al norte de Barcelona. Me pareció estimulante la idea de conocerla y pasar allí un día antes de llegar a casa de Elena, donde me alojaría en Barcelona. No pudo ser más atinada la idea. Y ya debí habérmelo imaginado cuando la noche que llegué a Girona, sin tener cómo llegar al albergue donde había reservado y estando todo cerrado, un chico portugués me regaló un mapita turístico en un folleto promocional. Es más, la señal ya vino antes, cuando a bordo del avión me senté al lado de Miriam, una hermosa gerundense avecindada con su novio australiano en Londres, con quien hablamos todo el viaje, entre otras cosas, de lo mucho que podía hacer ese día en su Girona natal, todo lo cual aplicadamente apunté en mi bella libretita regalo de la poeta Rosicler.


Tras hacer el check in en la hostal me fui derecho al Le Bistrot, un restaurante que me habían sugerido. Ya lo estaban cerrando, por lo que ya no preparaban cenas, pero me ofrecieron a cambio pizzes de pagès. Con hambre no hay capricho que valga así que acepté y elegí una que me pareció deliciosa, y no me equivoqué: Pizze formatge, brandada i figues. La pizze es una rebanada de un pan especial, el pagès, y sobre ella, en este caso, le pusieron queso, la brandada que es a base de bacalao y papa, y el toque especial de los higos. Un bocadillo de esta envergadura sólo podía ir acompañado de un buen vino y tampoco me equivoqué en la elección, pedí un vino de la zona, el Raimat, negre (tinto). Me regresé contento por esa ciudad de piedra a la pieza multitudinaria de la excelente hostal donde me alojé. Todo seguía miel sobre hojuelas. En la mañana, temprano como de costumbre, bajé con mi mochila presto a recorrer esa ciudad e incluso podría alcanzarme el tiempo para dar un paseo por algún pueblecillo de la costa brava. Sin embargo, me preparaba el desayuno cuando tras preguntarle algo doméstico a una chica de la hostal me contestó con tal amabilidad y simpatía que no fue extraño terminar compartiendo el desayuno y una conversación amistosa e interesante. Se trataba de la administradora del lugar y hasta ahora la única que le ha apuntado a mi edad entre otras rarezas, de hecho, después de un buen rato cuando le pregunté su nombre me dijo – Laia (en inglés suena algo así como mentirosa), tras un breve silencio ambos reímos. Me quedó dando vuelta esta Laia y esa conjunción de buenos eventos que ya llevaba a mi haber, hasta que por supuesto, nacieron unos versos. Hacía mucho que no salía alguno así de modo casi reflejo y decidí escribirlo en el libro de visitas de la hostal pero en una hoja antigua.


Salí entonces a conquistar esa ciudad seductora. Pasé por la oficina de turismo y diseñé el recorrido. Todo iba bien. Caminaba por una muralla medieval intacta que rodea un borde de la ciudad cuando comenzó a llover torrencialmente. Con gusto había dejado el paraguas en Londres así que poco pude avanzar. Pero lejos de amilanarme continuaba en la medida de lo posible. Entré a la catedral y su museo, luego a unos baños árabes antiquísimos, crucé la calle Bellaire y me senté en unas bancas barrocas, primero en la plaza John Lennon y luego en la Federico Fellini (no podía ser más para mí), y admiré cómo una arquitectura maravillosa está en perfecta armonía con los colores de una naturaleza arrojada. A esa altura me dio hambre y como lo hace mi amiga Georgette, ¿para qué innovar si me puedo ir a la segura en Le Bistrot? Me senté en otro lugar y desde ese ángulo me percaté que se parecía al Normandie de calle Providencia en Santiago de Chile. Estaba en eso cuando se acerca la garzona y apenas le hablé me dijo - ey! eres chileno. Ella era catalana pero casada con chileno así que la atención fue aún mejor. En son de ahorro no quise mirar la carta así que tomé el menú que ofrecían y que se veía igualmente apetitoso. Primers plats: muscles al vapor amb salsa romesco (choritos al vapor en una salsa típica a base de tomate, pimiento rojo, ají, entre otros ingredientes). Segons plats: Magret d’ànec amb salsa de verdura i ametlla (magret de pato en una salsa oscura compuesta por zanahoria, puerro, judías (porotos) verdes y otras verduras, más almendras y acompañado de arroz. Postre: Magrana amb salsa de vi (granada en salsa de vino). Para beber, el mismo criterio, otra vez Raimat negre. Me quedé bastante tiempo ahí. Decidí no salir de Girona y seguir recorriendo hasta la hora de mi tren a Barcelona. Una vez afuera no llevaba muchas cuadras cuando ya estaba empapado con la lluvia. Estaba claro. Hasta ahí se me mostraba Girona esta vez. Volví a la hostal y conversé con Laia un momento hasta que me sequé lo suficiente para continuar camino a la estación de trenes.


No hay como comer chocolate cuando ha llovido y mejor aún si vas mirando el paisaje bucólico de Cataluña desde la ventana del vagón, hipnotizado además por la Obertura Fantasía de Romeo y Julieta de Piotr Ilich Tchaikovsky en el I Pod.


En la estación de Sants me esperaba mi querida amiga Elena. La había conocido en Santiago, haciendo Biodanza en Pirque, a través de otra buena amiga en común, Valeria. Como pueden ver, entre amigos y amigos de amigos, se recorre el mundo. Elena conoció conmigo Santiago y Valparaíso, y yo aunque conocía Barcelona, pude volver a caminarla pero esta vez no de guiri (turista típico) sino con el relajo que da la buena compañía de esta vasca asilada en tierra de Bacallá (bacalao) y escalivadas (delicioso plato elaborado a base de berenjena y pimiento rojo y aliñado con sal, aceite de oliva y vinagre).


Esa noche cenamos en el Lolita, una estilosa cadena de restaurantes bastante buenos, unos exquisitos platillos a base de pescado y acompañados de otro buen vino. Al día siguiente después de una charla de horas caminamos por las Ramblas, almorzamos en el Ra, tras el Mercat de Sant Josep/ La Boquería. Recorrimos todo esa parte del centro de la ciudad apreciando sus plazas, iglesias y edificios, especialmente algunos Art Nouveau, mis favoritos. Y fiel a su naturaleza -ya lo dije que el viaje se estaba mostrando dulce- Elena me llevó al Papabubble una tienda donde hacían caramelos artesanales. Ahí en la carrer (calle) Ample nos deleitamos con el proceso, los colores y el sabor de las degustaciones de esas almohaditas de anís o las clásicas naranjitas, pero por sobre todo por el cariño con que amasaban esas golosinas esa pareja de chicos, él catalán, ella mexicana. De ahí caminamos de extremo a extremo, yo aburriendo a Elena con preguntas sobre cada detalle de la ciudad y el català, pasamos por el colegio de arquitectos, donde están esos diseños de Picasso que me gustan mucho, al frente de la Catedral, y llegamos a un café donde estaba María Rosa, la “madre” del grupo y también Lola, la otra “madre”. A la primera la había conocido en Santiago, de la misma manera que Elena, pero en otro momento. En esa oportunidad, recuerdo con gracia como junto a Vicky, Rosa, Jose y Chana disfrutaron de La Piojera y el Mesón Nerudiano, un contrapunto interesante de reconocer en un mismo día; del terremoto (vino blanco (pipeño) con helado de piña) y sus réplicas al vino tinto reserva; del cantor popular a la música de Georges Brassens interpretada por Eduardo Peralta; y desde la conversación encantadoramente absurda de un pescador iquiqueño borracho y de paso por Santiago al casi monólogo de Luis Vera, dueño del “Mesón”. Con Elena llegamos a ese café porque María Rosa y Lola, cual sacerdotisas, organizaban el rito de matrimonio de Joan un amigo de todas ellas. Fue un gusto compartir una entretenida conversación con esa gente querida al alero de una sorprendente cerveza Moritz. Joan me invitó la cerveza. Pero era muy temprano para volver a casa, de modo que invité a Elena a otra birra en la Rambla del Raval y así aprovechar de disfrutar esa estatua tan paranormalmente familiar para mí, “el gato de Botero”. Y por supuesto las cervezas por deliciosas que sean se suben a la cabeza, Elena me dijo, estoy medio piripi (emborrachada) así que comamos algo antes de irnos al piso, su casa. Y como no, fuimos por unos pintxos al Irati, una taverna vasca, excelentemente atendida por una chica catalana de cara, otra vez, muy dulce.


Al día siguiente cogimos la moto de Elena sin antes tratar de conseguir por medio Barcelona un casco que diera con mi cabeza. Una vez lograda la tarea y después de otro extenso desayuno- almuerzo bien conversado (Elena preparó una ensalada extraordinaria acompañado de un aderezo exquisito de aceite de oliva, aceto y miel), nos fuimos al Park Guell a disfrutar de la obra de Gaudí. De ahí en el Paseo de Gracia, seguí disfrutando de esa portentosa arquitectura, entramos a una librería y finalmente nos juntamos con unos amigos de Elena. Ellos eran Fer, una chilena arquitecto radicada allá, su marido catalán y su simpática hijita que balbuceaba un dialecto mitad castellano y mitad catalán. Me dio mucho gusto escuchar a este padre orgulloso de que gracias a la crisis le habían acortado un cuarto su jornada (y su sueldo) y con eso podía ir a la guardería por su hija y compartir toda la tarde con ella. Ellos nos invitaron unos ricos y dulces helados de tradición catalana.


La última noche sería una celebración como corresponde, comiendo, bebiendo y disfrutando de la vida con todas estas amigas en pleno. No había que buscar mucho, ellas decidieron por el Rosat’s, su lugar habitual de aquelarre y también se encargaron de pedir lo necesario: Vino blanco esta vez más jamón ibérico, patatas bravas, torradas de pan amb tomàquet, queso manchego, carpaccio de bacallá, sepia (parecido al pulpo) y una amanida (ensalada) catalana a base de un sofrito de garbanzos, espinaca, piñones y pasas. Junto con Jose, un hombre de una dulzura y simpatía extraordinaria, éramos los únicos varones compartiendo una mesa generosa de mujeres potentes y suaves a la vez, como el agua que sacia la sed y apaga el fuego pero que luce cristalina y se escurre entre los dedos. Todas ellas eran dos a la vez; María Rosa, la madre dulce y sensual a la vez, sabia por vocación; Rosa, intelectual, de voz profunda y femenina a la vez, delicada y elegante por naturaleza; Vicky (yo lo escribo así), también intelectual, encantadoramente cándida y perspicaz a la vez, amante silenciosa del placer. También estaban Lola y Olga, que recién las conocía pero que podría aventurar que ellas son una a la vez, y que la primera es cabeza y espíritu a la vez, y la segunda es víscera y mente a la vez. Por último Chana, chilena, pareja de Jose, con su sonrisa profunda de ojos sobrenaturales y terrenales a la vez; y mi querida Elena, más que una hermana y una mujer a la vez. Así fue esta mesa redonda de no-caballeros, mucho más que materia, el hogar desde su concepción calórica, el poder y el útero, cuerpo y espíritu, deseo y realización, hechos y potencial, belleza y sabiduría. Todo a la vez. Me sentí muy a resguardo en ese vientre femenino.


El último día habíamos programado con Elena ir a Sitges, un lovely pueblito catalán. El día estaba soleado, de hecho en la playa había más de alguna guapa tomando sol en topless. Caminamos por esas callejuelas, escuchamos en una de ellas una guitarra española excepcional, y me anestesié con ese Mediterráneo calmo y viejo. El resto fue conversar y comer. El almuerzo fue frente a la playa, con una buena cerveza degustamos tapas de anchoas, aceitunas, patatas bravas y pulpitos. Luego, más allá, un helado, y más allá, cerca de la calle del pecado, un buen café. Volvimos relativamente temprano, ya que había decidido volver a Girona y pasar la noche allá. Tenía el vuelo en la mañana y no quería pasar ninguna zozobra con algún eventual atraso del tren. Nos despedimos con Elena con un abrazo fundido de cariño y felicidad por haberse encontrado y compartir parte del camino.


Esa noche que parecía moriría temprano fue la rúbrica de oro de un viaje muy especial. Llegué a Girona al mismo albergue y me encontré con Laia nuevamente. A esa altura del partido y del día no quedaba otra que ir por algo de comida y una buena conversación. Pero antes, ya me lo había sugerido Miriam, la chica del avión, fuimos a pasear por las Fires de Sant Narcis. Quizás la más importante actividad de esa ciudad. Las plazas con stand de comidas y artesanías y el Parque de La Devesa con juegos y entretenciones del tipo desde “tiro al blanco” hasta “montañas rusas”. Pese a lo llamativo de todo eso finalmente decidimos ir a un lugar más tranquilo y, aunque nos tentamos con Le Bistrot, era la ocasión de probar otro lugar. Lapoma fue el destino (La manzana). Ahí como si nos conociéramos de la vida reímos, conversamos de todo-un-cuanto-hay y comimos delicioso: croquetes de ceps (setas); triangles de blat and brie (triángulos de maíz con queso brie y salsa de mango); y coca fresca de pasta de full amb bacallà fumat, toronja i vinagreta de romaní (una masa rellena de bacalao ahumado, naranja y vinagreta de romero). El turno de la cerveza fue para una Voll-Damn. Muy buen final.


Me dormí con la convicción de que en este viaje había consolidado una gran amistad, acrecentado otras y parido una nueva. Y antes de quedarme enredado entre los jirones de alguna figura “animalesca” de Gaudí, tomé el avión de regreso a este Londres oscuro y multipotencial, que es finalmente mi hogar dulce hogar.


Esta noche es Halloween y es solo un dato. En las calles angostas de Londres corren los buses con sus segundos pisos casi rozando los tempraneros adornos navideños. En el reporte de la BBC leo que la puesta de sol fue a las 4:36pm. Este sábado, tras una madrugada lluviosa, fue un día soleado. Y aunque me quedé en casa desde temprano, si es que así se le puede decir, disfrute del calor del día. Nuevamente tuve ganas de escribir, esta vez esta bitácora, pero ya no fue tan difícil hacerlo. Recordé a Floridor y sólo transcribí la poesía que experimenté en Cataluña. La poesía del comer, del beber, de apreciar la belleza de una ciudad, la arquitectura, su cultura, una lengua. La poesía de la mujer. Creí que mi mente estaba en mi cabeza y que la poesía que ebulle de ella la encontraba en mi pieza frente al computador. Pero mi mente abraza a través de los sentidos, y el mundo aunque lo sueñe y mi mente se haya expertizado en aquello, requiero vivirlo, sensual e impúdicamente, sólo así es posible escribirlo, sólo así es posible vivir. Vivo luego escribo. Escribo luego existo.


6 comentarios:

  1. Hoy la Sagrada Familia preguntaba por ahi: ¿Cómo es que Juan Pablo no me ha visitado en su calidad de "no guiri"? . Y trás circular por diferentes calles el viento ha hecho volar hasta mis oidos la pregunta. Y con la voz de la que sabe que la respuesta no es la mejor pero la sabe sincera le he hecho saber que esa mirada quedó para otra visita, que las largas horas conversadas y las largas calles de Barcelona no han dejado que ese encuentro se produzca esta vez.Que quedó pendiente.Y que en lo pendiente siempre hay un espacio para lo posible.

    Ya sabes que estoy piripi de felicidad ... ya no solo por los pasos caminados en este pequeño espacio del mundo sino por leerte y por volver a recrear esos pasos .. y como no, despues de unas cuantas cervezas siempre esta la esperada resaca de la felicidad.

    Sigue escribiendo para seguir dsfrutando de tus pasos..

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  2. simplemente maravilloso
    y hablando de lluvia
    cuando te vuelva a encontrar
    por una de esas calles
    sacate los zapatos pisa el
    cesped abre los brazos mira
    hacia arriba y siente caer
    cada una de esas gotitas
    en tu cara... no hay nada mejor
    en esta vida

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  3. Se escribe con la piel y las visceras, tal como se siente, por eso no puedo pulir lo que escribo, no tengo cabeza. Que bueno que experimentes esa sensación.

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  4. ahora entiendo el inmaterial deseo....aunque creo que es explicable

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  5. Se le extraña en estas páginas señor, se le extraña...

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  6. que tus versos fluyan como rios en primavera!


    ((no te pierdas por estos lados... acuèrdate de l@s carroñer@s que nos alimentamos de tus letras))

    Abrazo!

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