miércoles, 30 de septiembre de 2009

15.29.09.09


La generosidad de Carmen alcanzó hasta para contagiarnos la gripe a Max y a mí. Semana de inducción en la U. Semana de mudanza. Semana de inicio.


Ayer lunes tenía una actividad de sólo media hora en UCL. El departamento de ciencia política entregaba el material de inducción a todos sus estudiantes de postgrado. Como tenía tiempo, me fui a leerlo minuciosamente a un Café muy agradable que pertenece a una librería cerca del British Museum y por lo tanto de UCL. Estuve hasta pasado la hora de almuerzo, así que primero, a media mañana, tomé una tetera de té negro con botones de rosas y luego, con el hambre, una sopa de papas y puerros, deliciosa, acompañada de unas tostadas con aceite de oliva y trozos de tomate deshidratado. Mientras leía concienzudamente se sentaron en la mesa del lado una señora que leyó el Guardian y comió un brownie. Un tipo en sus 40 que estaba empezando 2666 de Bolaño. Y al final tres aparentemente docentes que discutían sobre economía y política en Asia.

Caminé de vuelta hasta la parada de Euston donde tomo el bus 73 que pasa por la casa. Me senté en la primera fila del segundo piso a observar, desde el privilegio de esa perspectiva, la forma en que está organizada esta ciudad. En Sudamérica estamos acostumbrados al ordenamiento en cuadras, pero aquí, esta ciudad medieval, es un conjunto de pequeños pueblos reunidos y sus calles no responden a ninguna lógica. Sin embargo, me gusta el encanto que le confieren esas puntas de diamante o aquellas conjunciones de hasta 5 calles. Si bien me ha tocado sufrir en carne propia esta forma ilógica de ordenamiento, por ejemplo, cómo están numeradas las direcciones de las casas en una calle, su arquitectura, las puertas de color negro, azul o rojo, el ladrillo a la vista y casi siempre amarillento, le dan un charm muy especial. Afortunadamente las pares e impares están en veredas separadas, pero lo que no hay posibilidad alguna es que la numeración de una vereda coincida en secuencia con la de la vereda del frente. Es decir, puedo estar en el 4 y al frente haber un 103. Además, puedes encontrar Elm Street, Elm Road, Avenium, Grove, Terrace, Mews, Way, etc.


Llegué a la casa y después de una tarde bien conversada con Carmen, revisando, entre otras cosas, los ramos electivos que podría tomar, me preparé para ir a una reunión con la dueña de la casa (landlord). Llegué puntual, ella un par de minutos después y pidiendo disculpas. Es una señora muy agradable, de aquellas que te miran profundamente cuando le hablas. Le mostré mis antecedentes y ella la copia del contrato que tendremos que firmar los 4 tenants juntos (arrendatarios de piezas). Mientras, su marido e hijo, instalaban mi cama, colchón, sillón, clóset y cajonera. Creo que le causé buena impresión porque la sentí que fue relajándose hacia final. Es muy preocupada. Me preguntó todo el tiempo si necesitaba algo más.

Finalmente, ese día había acordado con otra becaria juntarnos un rato. A Alejandra la había conocido durante el desagradable proceso de tramitación de la visa, pero sólo por email. Acá habíamos hablado sólo por fono. Ella vive en un flat (departamento) que pertenece a UCL. Es para dos personas, ella y su marido, pero él llega en diciembre. Nos juntamos a cenar en su casa y se sumó una actriz recién egresada de la UC que vive en el mismo edificio. Ambas muy simpáticas. Nos quedamos hasta tarde conversando.


Hoy día amanecí resfriado y tenía que ir a la U a una inducción en temas administrativos. En realidad fue lo mismo que había leído el día anterior. Me quedé atrás del auditórium y pude observar a todos los alumnos del departamento y claramente debo ser el más viejo, además de que ellos lucen mucho menor de lo que esperaba.


Me vine temprano a la casa para cuidarme. Lavé mi ropa, escribí, leí, busqué información en Internet y descansé. Esperamos a Max para cenar, Carmen había preparado un plato marroquí. Cenamos, vimos la BBC donde destacaban el discurso de Gordon Brown. Ahora me vine a la cama, estoy cansado. Mañana es la matrícula, voy por mi tarjeta de débito al banco Abbey finalmente, y por la noche firmo el contrato de la casa.


Creo que con estas líneas comienza a cerrarse el prólogo de mi paso por esta isla. El cierre de etapas de instalación y la búsqueda de las hebras que manejarán mi destino ya están ad portas. Copio el texto en el blog, cierro el laptop y apago la luz.


martes, 29 de septiembre de 2009

13.27.09.09


Sentado al computador, levanto la vista y miro a través de la ventana, hay un árbol frondoso, de pronto una de sus ramas se revuelve, es el viento sobre las hojas… no, es una ave parecida a una tórtola, inmediatamente llega otra, y otra, y muchas más. Este árbol es una esquina. Una esquina para el encuentro.


TENGO PIEZA! Me decidí por la tercera opción, es la que más me gustaba, especialmente porque siempre sentí que ese sería mi hogar. Y como diría Maurito, el universo así lo quiso, el indio de la primera opción no me eligió y el persa de ésta, sí lo hizo. Estoy muy contento porque el barrio me parece interesante, me gusta la onda de la casa y porque ya puedo por fin establecerme. Me llama la atención lo tranquilo que me he quedado después del llamado de Vinay, mi nuevo room mate. Les conté a Carmen y Max y estaban muy contentos por mí. Este fin de semana lo pasaremos juntos –dijeron- por lo que empezamos a hacer planes desde el jueves.


Sin embargo, toda esta semana ha sucedido algo inesperado. Mucha gente me ha contactado con amigos o amigas que viven aquí o que se vienen con la misma beca que yo. De este modo, me he juntado a cafecitos, juguitos, chelitas con varios chilenos que andan en pasos similares a los míos. En realidad, hasta ahora han sido sólo mujeres, lo que no deja de agregarle interés a la situación.


Por ejemplo, el domingo pasado conocí a Trini, una actriz que se está preparando para entrar a la prestigiosa escuela de drama de Londres, necesita hablar muy bien inglés por lo que mientras trabaja en Top Shop (muy cool) estudia para ello. Nos comimos sólo unos starter (los recursos son escasos) pero bien deliciosos, en una mesa en la calle pero escuchando una banda de jazz bastante buena. Se usa que los domingos en la tarde haya música en vivo en la mayoría de los lounge y pub.


El jueves recibí una llamada urgente de otra becaria, Bárbara, una arquitecto muy intensa que andaba buscando pieza desesperadamente al igual que yo. La acompañé en una caminata muy agradable por un barrio que me encanta llamado Highbury, muy cerca del estadio del Arsenal FC y relativamente cerca de la casa de mis amigos y de la ahora mía también. A la vuelta me vine solo, caminando relajado, hacía hora para visitar una pieza que estaba previamente agendada, y pasé a un Café a comer algo ya que había almorzado algo muy liviano. Me encantó la onda del lugar, similar a una cafecito regalón en mi barrio de Stgo., ahí en Huérfanos casi esquina Brasil. Y lo mejor de todo es que había wire less gratis y servían una tentadora sopita de zapallo. Le pido la password a la chica que atendía y le llama la atención que mi laptop estuviera en castellano. Comenzamos a conversar rápidamente de una manera muy cordial, se le sumó su hermana que también trabajaba ahí y había además un amigo de ambas que estaba en la cocina. Cuando le cuento que estudiaría en UCL ella me dice –qué coincidencia, mi amigo también. Y lo llama a viva voz. Éste sale raudo y apenas me ve me empieza a hablar en una lengua extraña y de un modo extremadamente familiar. Antes siquiera de poner cara de desconcierto, las dos chicas estallaron en risotadas. Confirmado. Tengo una inconfundible cara de turco. En realidad eran curdos y cuando salió ese tema, sus caras cambiaron dramáticamente.


Y este viernes me junté con Paula, una socióloga que hace su doctorado en criminología, amiga de unos ex jefes. Ella me ofreció mostrarme un jazz club al sur de Londres, en un barrio no muy bueno y bastante apartado. De hecho tardé más de una hora en regresar a mi casa. El lugar es total. Se llama The Crypt, y es una cripta de iglesia, o sea el subterráneo, adaptado para conciertos y espectáculos con absoluta autorización de la dirección de la Iglesia. Fue muy gracioso entrar y que el probablemente sacristán te saludara en la puerta. Ahí escuchamos a un saxofonista italiano con una banda que hubiera asegurado cultivaban la fusión sino fuera por una interpretación sublime del “Love theme” de Ennio Morricone. También comimos y tomamos vino chileno a precios definitivamente sacados de otra ciudad. Es el lugar preciso donde me gustaría llevar a mi amigo Octavio cuando venga de visita desde Belfast.


Ayer sábado fue muy especial. Diría que ha sido el mejor día hasta ahora. Estaba muy veraniego. En realidad no ha hecho mucho frío y ya se me acabaron las poleras limpias. Con Max y Carmen tomamos desayuno relajados, más o menos lo de siempre, cereal, leche de soya, jugo de naranja, un rico té earl grey o english breakfast más unas tostadas. La idea era caminar. Fuimos al London Fields, un parque muy hippie, atestado de grupos de jóvenes tomando sol, haciendo pic-nic o durmiendo, muy cerca entre ellos pero respetuosamente separados cada uno en lo suyo. Saliendo de ese parque está el Broadway Market, una típica y encantadora feria donde venden frutas y verduras, comida para servir, ropa de segunda mano y otros cachureos. Hay sillas de playa para tenderse, numerosos restaurantes y el infaltable cantante callejero. En este caso había una versión moderna de Bob Dilan, bien interesante, tenía una similitud con Damian Rice. Comimos algo y caminamos de vuelta por el Regent Canal entre familias que paseaban en bicicleta.


Había que prepararse ya que Giuseppe, el mismo italiano que conocí hace tras años junto a Carmen, había propuesto ir al teatro. Menuda prueba para mí pero no arrugué. Vimos “Madre Coraje y sus niños” de Bertolt Brecht. Maravillosa y cruda puesta en escena de una de las joyitas del dramaturgo alemán. Increíble actuación, impresionante producción con aproximadamente 30 actores en escena, músicos en vivo (un muy destacable y desconocido para mí Duke Special) y un montaje millonario que más parecía una ópera que una obra propiamente tal. Estábamos con los chicos en la última fila de unas – por lo bajo – mil butacas todas ocupadas. Las tres horas me dejaron agotado. Una innecesaria razón para ir por unas pint (pinta, aprox. medio litro). Se armó un grupo con Giuseppe y su hermosa novia Afia, alemana y de familia nacida en Ghana, que también venían del National Theatre. En el pub nos esperaba otro italiano, también siciliano y también llamado Giuseppe más su novia Katia. Recorrimos tres pub, donde nos reencontramos, nos reconocimos y pasamos un momento muy agradable. Sentí todo el tiempo que ellos podrían ser perfectamente mis nuevos amigos en estas tierras.


El domingo fue de despertar tranquilo. Carmen buscó un sitio ideal donde yo pudiera hacer efectiva mi invitación a otra tradición dominical, el Sunday Roast, que no es otra cosa que ir a un almuerzo largo, al aire libre en esta época y comer carne horneada. Fuimos al Talbot, un pub del barrio, caminando, y Carmen tomó fotos durante el trayecto. Los chicos se inclinaron por la carne, yo me deleité con un risotto de champiñones. Ahí brindamos con vino californiano y les agradecí profundamente la tamaña muestra de amistad que habían tenido conmigo durante estos días de arribo.


Ahora escribo estas líneas, ya termino por hoy, me preparo para salir a trotar bajo la luz más hermosa pero más corta del día, la del atardecer. Ahí siguen esas aves, probablemente no estén cuando llegue. No importa, llegarán otras.



domingo, 27 de septiembre de 2009

9.23.09.09


Retomé mis correrías. Trote urbano por los barrios de Islington y Hackney. Los parques sembrados como flores en todo Londres y los cuervos rondando el paso de la poesía.


Tengo tres opciones, al fin. Una pieza en un departamento que compartiría solo con un indio, que es el dueño. Ubicado relativamente cerca de la casa de Carmen y Max, en un edificio refaccionado al estilo de un loft sin serlo. La segunda, una casa extremadamente grande, dos cocinas, cuatro baños, ocho room mates, un patio que es una cancha de fútbol, un living comedor de unos 100 mt2, tres pisos y mi eventual pieza con dos camas, dos escritorios, clóset, etc. Esta suerte de quinta está ubicada en las afueras de Londres, a 11 minutos en el tren rápido. Pareciera ser algo así como Buin respecto de Stgo. Y la tercera opción, una pieza bastante grande, cama doble, chimenea (sin uso) y la posibilidad de tener hasta un futón con mesa de centro. El barrio es al norte de Londres, en Archway, Islington. Al lado de un parque y con locomoción directa a la universidad. Me mostró el cuarto un arquitecto persa (iraní) que vive hace dos años en Londres y con quien siento hicimos una muy buena conexión. Esa casa tiene para cuatro room mates.

Después de mucho pensar, pedir opiniones y escuchar al cuerpo, desecho la segunda opción. Era espectacular pero no era Londres. Les escribo a las dos opciones restantes que me consideren ya que ellos reciben muchos interesados. Y a esperar, aunque no puedo parar de buscar nuevas alternativas por si las dos elegidas por mí finalmente fallaran.

Ese día en la noche había una nueva actividad. Cenamos los tres antes de salir. Carmen, que es una experta cocinera, hizo unos platillos indios, que a esta altura se están transformando en mis favoritos. Hicimos tiempo para que unos amigos chilenos de ella salieran del teatro, asistirían a una más de las quién sabe cuántas funciones llevan Los miserables en alrededor de 25 años en cartelera. Él es médico oncólogo que anda de vacaciones, y ella, su ex cuñada, una estudiante de master en Australia y que coincidió en Londres por un viaje de estudio que organizó su universidad. Nos fuimos a un boliche en un subterráneo que se especializaba en música de los 60, 70 y 80. Que buena –pensé. Perfect for me – dije.

Después de unas buenas rondas de coronas, la evolución normal de este tipo de procesos, nos llevó de la conversación sobre temas de trabajo y estudios, a la conversación sobre la vida, y al poco tiempo después a bailar unos temas de The Who, Led Zepellin y The Beatles. A cierta hora nos llegó la cordura y nos fuimos para la casa pero antes pasamos a dejar a cada uno de los invitados, pero caminando. Fue una odisea cruzar todo el centro de Londres pero también fue una oportunidad más para hablar y fortalecer la amistad, como asimismo, para empaparse de esta ciudad que se me hace cada vez más familiar.

Siento, pienso y escribo. En Londres todo funciona lo suficientemente bien para sentirse cómodo y todo no funciona lo suficiente bien para transformarse siempre en el tema de conversación.

8.22.09.09

Union Chapel, erigida en 1897. El clero de la época jamás hubiera imaginado que en su nave central habría un escenario donde artistas desplegarían su arte bárbaro y pagano para el placer de una audiencia londinense.



Hoy fue otro día más de búsqueda infructuosa de rooms.

Hacia el sur del Thames, al oeste o al este, cerca de Camden Market, a pasos de King’s Cross, con vista al Regent Canal. Sólo debes tomar el underground, hacer un par de conexiones, ojo con los desvíos por arreglo de fin de semana, especialmente en Jubilee line o en Bakerloo line. Es más barato si tomas el overground o haces una conexión con los buses.

Llevo una semana y aún no encuentro donde vivir. Me tiene cansado la rutina de buscar piezas en internet, luego buscar en el mapa cuán lejos o a contramano queda respecto de la universidad, de ahí contactarse por email o fono con el contacto y agendar una visita, después volver al mapa para estudiar la mejor forma de llegar, y lo más complejo, dar con la dirección, y puntual. Hasta ahora, o son muy pequeños, la ubicación no es la adecuada, o muy caro si se incluyen las cuentas, etc.

No quiero abusar de la hospitalidad de Carmen y Max. Resiento y reflexiono sobre lo fundamental que es tener un lugar. Un hogar, con mis cosas, pero por sobre todo con mi energía, mi olor y las trazas de existencia que van quedando depositadas en sus rincones.

Como algo en el centro de alumnos de pregrado de UCL, mi universidad. Encontré jugo de naranja natural, marca Tropicana, y un sándwich en pan baguette. Había programado visitar el campus central en busca de unas cartas que me había solicitado el banco y aprovechar de hacer una serie de consultas en la oficina de alumnos internacionales y también en el departamento de ciencias sociales, al que corresponde mi Master. Quedé impresionado con lo inmenso de cada una de las dependencias y con la cantidad de terreno que abarca todas las unidades de UCL a lo largo y ancho del Bloomsbury, el barrio donde se encuentra. Toda la gente fue muy amable pero de manera unánime y en un estilo muy british me invitaron a considerar que dejara de lado mis preguntas, que esperara la semana de inducción que tenía ese propósito y que disfrutara Londres – enjoy London!


Entre risa y desconcierto recibo una llamada de Carmen al celular que ella misma me prestó. Le había cargado 10 pounds en Tesco (una cadena de supermercado). Me propone sumarme a un grupo que iría a un concierto de Diego El Cigala. Fantástico dije yo, además estaba barato. Conocía al Cigala por su famoso disco con el Bebo. Quedamos de juntarnos en la puerta de la Union Chapel, una iglesia que está a cuadras de la casa de Carmen y Max. Cuando entramos quedé impresionado con la belleza de la iglesia, dispuesta de modo tal que el escenario se encontraba rodeado de un semicírculo de bancas, las originales. La luminosidad era extasiante. La justa para admirar los vitrales y la arquitectura interior de ese monumento. Había un pianista, un contrabajo, un percusionista y un guitarrista (guitarra española). El Cigala entró al segundo tema con un look increíble. Tan especialmente formal que ni la barba, el pelo largo y los numerosos anillos lograron contrarrestarla. Aunque a mí me gusta más como cantor de flamenco dedicó la gran parte de su concierto a los boleros y sones cubanos. Sin embargo, fue un deleite dejarse llevar por la potencia y sensibilidad de esa voz pastosa.

Al final el grupo se había reducido a Max, Carmen, Alan, un amigo colombiano de ellos, y yo. Como corresponde nos fuimos de pint, unas tres rondas por cabeza, conversamos y reímos a la vera de la barra del The Library, al frente de la capilla, en Upper Street. Fue un muy buen momento para relajarse y por sobre todo para conocer a Max en una faceta distinta. Mi amiga Gaby siempre me aseguró que la mejor manera de conseguir la confianza de otro era irse de copas. En este caso, yo quería conocer al esposo de Carmen. ¿Quién era ese hombre generoso que me acepta en su casa sin conocerme prácticamente nada? Y así fue, conversamos ahora mucho más relajado que las noches anteriores en su casa. Max es un profesional exitoso, de padre estadounidense y madre francesa, se crió en Paris, estudio en US y conoció a Carmen en un intercambio que hizo en Chile. Trabaja para una firma relacionada con el sector financiero en la city, pero más allá de todo eso, es una persona correcta, agudo, inteligente y de un muy buen humor. De la conversa pasamos a las tallas y de ahí pasamos a la imperiosa necesidad de apaciguar el bajón de hambre con un kebab turco súper large.

Ya en mi cama futón, me hago consciente que hoy (o ayer) martes cumplía una semana en Londres. Cumple semana que parece un año. Un año que parece una vida.

4.18.09.09


Mi amiga Carmen y mi nuevo amigo Max, su esposo, se van a Montreal Canadá por el fin de semana. Me quedo solo en su maravilloso flat. Me quedo solo en este my first weekend in London.



Nunca he sido un entusiasta de las fiestas patrias, pero reconozco que siempre es una buena ocasión para compartir con amigos o aprovechar los cada vez más preciados días feriados. Mi amiga Pauli del puerto me contó que para ella el 18 es más importante que la Navidad o el Año nuevo, ya que en esta fiesta no hay más sentido que la pura celebración en familia; para algunos –esto lo agrego yo- dos de las raíces fundamentales de nuestro pueblo. En mi caso pocas veces fue así. No me gusta mucho el chauvinismo al que suele caerse, no me gusta demasiado el folklore chileno, me aburren las fondas y me carga la parada militar. En realidad, estos últimos años habían sido el período perfecto para descansar en La Isla de Villarrica. Hoy, sin embargo, me encuentro frente al laptop, escribiendo y evocando Londres, desde el interior de una de sus casas victorianas pero con la perspectiva de Chile, que rescato de mi memoria emotiva en esta fecha especial.


Hoy, antes de sentarme a escribir estas líneas, caminaba de la estación Angel (Northern line) a casa de Carmen y Max después de ver una de las tantas piezas que ofrecen para compartir y que busco denodadamente para depositar mis huesos y su cansancio durante mi estadía en Londres. Ya reconozco los negocios locales. Me gusta pasar por uno que es más pequeño y que lo atiende una india hermosa, de esas bellezas inconscientes, y que tiene afuera hacia la vereda, unas mesas con numerosas fuentes que ofrecen frutas y verduras de la estación. Plátanos, pepinos, apios, repollos, cebollines, tomates, uvas de varios colores, pomelos rosados, papas, paltas bebés, lechugas y otra variedad de verduras que no conozco y que empiezo a aprender sus nombres en inglés. Se ve linda esa multiplicidad de colores y formas, relacionándose entre sí, en una composición perfecta, conformando una naturaleza muerta que está más viva que nunca.

Sigo pensando mientras camino y escucho a Ravel en el I Pod. Concluyo, por supuesto, así es Londres. Así me gusta. Cuanta variedad de etnias, formas de cara y color de piel; cuanta religión y credo que se expresa desde el hiyab de las musulmanas o el sari de las hindú hasta la vestimenta común y corriente de los londinenses. Entendiendo ese “común y corriente” de los ingleses, como un nunca descuidado estilo que se encargan de cultivar y diferenciar. Los hombres de oficina muy bien terneados y encorbatados y las mujeres siempre de tacones por sobre los 5 cm, mini faldas extremas (o en su defecto short pants) y cuidadosamente bien maquilladas y peinadas. Pues claro que está la vertiente más hippie, la deportiva, la de montaña y la que quieran imaginar. Realmente es entretenido tomar tribuna en un café mirando hacia la calle y ver lo variopinto de la gente inglesa, o mejor dicho del habitante de Londres.

Pero como es consustancial a mí, mi fijación son ellas, las observo y analizo, preponderan los colores pastel, los rosones u otro tipo de accesorio, sí, bastante conejita style. Todos los días, sin importar la temperatura ambiente, es una buena oportunidad para ir al club y/o al pub en tenidas mínimas que "te la encargo" para una fiesta de gala, sea de cumpleaños de quince o un matrimonio. Así y todo, no se ven mal, quizás al ser muy propio, lucen auténticas. Las asiáticas, delgadas y menudas, muy escotadas y de vestido corto, al menos las aparentemente japonesas y coreanas respecto de las chinas. La belleza impactante de la europea oriental, con esas caras blancas como el frío de sus tierras y siempre un leve matiz de tristeza en sus rostros. Las afroamericanas (por decirle de algún modo polite pero que asumo son fundamentalmente de origen africano) con su exhuberancia corporal y gestual, hablan fuerte mientras sus movimientos son gruesos y decididos, usualmente lucen con desparpajo esa maravillosa piel de ébano. Pero mis favoritas hasta ahora son las indias. Su color de piel y el pelo inconcebiblemente negro enmarcan esa cara donde no hay nada que compita con esos ojos negros, delineados, grandes, profundos y de pestañas abrazadoras. Sus rostros, algunos angulosos, siempre denotan una cuota de dulzura retenida a punto de escaparse.


Voy llegando a la casa pero antes se me cruza un zorro, corriendo atraviesa la calle, y antes de esconderse, gira la cabeza, se detiene y aparentemente se me queda mirando por un rato excesivamente largo. Sí - le digo- lo sé, yo soy uno más que engruesa la fauna londinense.


viernes, 25 de septiembre de 2009

2.15.09.09


Estoy en la sala de espera del banco Barclays para sacar una cuenta donde depositen mi beca, abro la mochila y en vez de retomar mi lectura de “Orgullo y prejuicio” (en inglés para perfeccionar el idioma), saco mi libreta y anoto una conexión de dos puntos.


Nunca se sabe como aparecerán en tu vida las huellas de tus pasos por la de otros y por esos lugares que fueron el escenario del encuentro. Hace prácticamente tres años conocí a Carmen en el Museum Tavern, un clásico pub londinense al frente del British Museum, de ahí la obviedad del nombre. Después de haber recorrido los salones y pasillos de ese gigantesco edificio, venía muy bien refrescarse con una pint of Guinness. En la barra –ya ni recuerdo cómo – conocí a un italiano, Giuseppe, que como buen siciliano no tardó mucho en invitarme a su mesa, ya que allí, entre otras promesas atrayentes, me presentaría a una compatriota. Ahí estaba Carmen, de aspecto un poco duro al comienzo pero muy amable y acogedora al poco andar.


Me gustó participar de esa mesa con gente tan amistosa e interesante. Todos estábamos enamorados de Londres. Había sí una gran diferencia. Ellos llevaban mucho tiempo viviendo, estudiando y trabajando ahí, por lo que podríamos señalar que se trataba más bien de un amor maduro, con aceptación de altos y bajos y con la certeza de lo consolidado a partir de quizás cuanto ensayo y error. Yo, por mi parte, recién empezaba el coqueteo, el enamoramiento de cada una de esas parciales e insuficientes cosas que hacen ligarse tan patológicamente a lo “enamorado”.


Con Carmen tuvimos un capítulo aparte. Hablamos en chileno un buen rato y pude conocer un resumen de su historia. Había vivido muy poco tiempo en Chile. Se había criado en Suiza hasta la adolescencia y había vivido en New York antes de hacer sus estudios de postgrado en UK, Brighton y Londres respectivamente. Pensé que era hija de exiliados pero no era así, Carmen era y es una asilada del mundo. No hay razones ni prácticas que la amarren a un territorio o una lengua. Ella disfruta compartir todos los cielos. Me pareció una mujer muy fuerte, decidida y con una manifiesta vocación política y académica. La conversación se movió de un extremo a otro hasta que llegó a su fin al poco tiempo después que tocaran la campana del último pedido al bar. Yo continué mi viaje y ella su vida en Londres. En ese momento se fundaba lo que hasta entonces nadie hubiera podido pronosticar sería una profunda y no-tradicional amistad.


Después de eso hubo solo correos esporádicos hasta este año cuando Carmen me cuenta que necesita continuar con su tesis de doctorado y que para eso va a Chile (en realidad iba a mucho más que eso). De esta forma volvimos a vernos después de todo ese tiempo. Conversamos como si el tiempo fuera solo un dato. El punto de encuentro fue una de las mesas de afuera del café literario de providencia, el del parque Balmaceda. Nos pusimos al día de los hechos y sueños que ocupaban nuestras vidas actuales. Los cinco meses siguientes, cada uno, a través de sus medios y maneras, acompañó al otro en esta parte del viaje. Ella me ayudó a mejorar mi inglés y yo le colaboré en algunos trámites de las entrevistas que debía hacer para su tesis. Pero fue más allá que una mutua colaboración. Le dimos forma a una amistad desinteresada pero útil para ambos desde una necesidad más esencial y superior que la simple funcionalidad. Se había constituido el esqueleto de lo que hace tres años se había engendrado.


Llevo un día en esta ciudad a la que profesé amor eterno en tiempos de enamoramiento. Volví y cumplí mi promesa. Sin embargo, esta señora bien me está pasando la cuenta, sino fuera por Carmen me tendría literalmente durmiendo a la intemperie. Ayer fue una buena noche, aún con algo de jet lag pero compartiendo un hogar en un departamento hermoso en Islington, al norte de Londres, cerca de Angel (no podía ser de otra forma). Mis primeros días en Londres la asilada del mundo recibe en su casa a uno que anda por las mismas.


sábado, 19 de septiembre de 2009

1.14.09.09


A Londres desde Santiago, escala en Buenos Aires y Sao Paulo. En BAires hubo cambio de avión. De Lan Chile a British Airline. Buen servicio.


Fue mucho más duro de lo que pensaba. Sentí miedo. Caminaba por la larga fila hacia policía internacional, y en cada curva me enfrentaba a mis padres que alzaban y movían sus manos en señal de despedida, asomándose entre la gente apostada en la angosta entrada internacional del Arturo Merino Benítez. Ahí sentía como el miedo se apoderaba de mi pecho y hallaba lo que probablemente es el alma. Sentí miedo de perderlos, de no verlos más, de no vernos más.


Fue la primera vez que cuestioné el valor de la realización de este “sueño”. Cuanto había hecho por él, cuánta energía invertida, cuántos años con la intención puesta en este viaje. Y ahora pensaba si valía la pena a costa de la separación vital, de quienes, aún en la ausencia física y en la independencia emocional desde hace mucho, son mis padres. Es fuerte verbalizar en consciencia que fueron ellos, hoy despidiéndose de mí desde lugares distintos, separados, los que algún día como hoy me concibieron. Quizás con la esperanza, no tan específicamente desarrollada, que su primogénito emprendiera una aventura de este tipo. Ahora, esos generadores y escultores de mi vida, se veían cada vez más lejos, cada vez más impotentes ante el destino, cada vez más vulnerables al adiós.


Es también la primera vez que siento que me voy. Cuantas veces viajé y partí a distintos destinos pero siempre con la certeza del regreso. Con la seguridad de una agenda que tenía un fin, aunque fuera no deseado, había una seguridad omnipotente del volver a casa. Es el cabo de un elástico que inevitablemente y pese a su extensión tenderá irrevocablemente a retornar a su punto de inicio. Esta vez no lo sé. No digo que sea algo definitivo (¡qué puede serlo!) pero intuyo que estoy entrando a un portal donde la vida me tiene preparada un nuevo caminar, que se desenvuelve en otro setting, fuera del país en que fortuitamente me tocó nacer y crecer.


Es la primera vez que pienso y siento en la fragilidad de la vida, incluso –y a esta altura no me parece extraño- ni siquiera cuando estuve enfermo de Cáncer fui tan consciente de ella, como arriba de ese tremendo avión volando a más de 10 km de altitud y a casi 1000 km por hora de velocidad. Antes del periplo sobre ese Océano interminable, observo una luz mínima sobre la superficie, como una fogata, quién sabe qué es, a quién pertenece, de dónde es. Ahí hay una vida latiendo, esmerada en producir calor, sobreviviendo.


Debo pensar en ser feliz –me digo. Aprender del desapego dirían mis amigos más adelantados. Eso lo sé, también sé que duele, hoy más que nunca.


No es la primera vez que hubiera llorado, pero no pude, no tuve lágrimas para ese adiós. Fueron demasiadas primeras veces que cayeron sobre mi cabeza y que llegaron hasta el corazón, había emociones no consideradas al acecho y fui sorprendido.